Ciudades circulares

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Ciudad-frontera, ciudad-laboratorio, ciudad-esperanza: es probable que Italo Calvino las hubiera definido así si, en su célebre libro Las ciudades invisibles, hubiese añadido hoy un capítulo sobre los desafíos que los humanos deben afrontar cuando hay que decidir el futuro del planeta Tierra. Porque el primer límite de estos desafíos (tanto medioambientales como sociales y económicos) está en las ciudades. Y si allí, antes de en cualquier otro lugar, conseguimos vencerlos usando la ciudad como primer campo de aplicación, entonces podremos dejar un mejor planeta a las generaciones futuras.

De esto se ha hablado en el congreso “Circular Cities: Impacts On Decarbonization and Beyond”, que tuvo lugar el pasado 1 de octubre en la sede de Enel en Milán durante la semana en la que, en la capital lombarda, se celebraba la Pre-COP26, el encuentro de las Naciones Unidas para preparar la Conferencia de las Partes sobre el clima de Glasgow. El evento fue además, la ocasión para centrarse en la cuarta edición del estudio sobre las ciudades circulares, producido por nuestro Grupo en colaboración con Arup y que se presentará en la COP de Glasgow.

“Hoy las ciudades tienen la responsabilidad de guiar la transición y no pueden eludirla”, declaró  Michele Crisostomo, presidente de Enel, durante su intervención en la apertura del congreso. Los datos hablan por sí mismos: ya en la actualidad, las ciudades son responsables del 70% de las emisiones globales de CO2, consumen el 60% de los recursos y producen la mitad de los residuos del planeta. Estos números están destinados a aumentar de forma significativa para 2050, cuando el 70% de la población mundial viva en ciudades. En un escenario similar, está claro que las ciudades son una parte consistente del problema medioambiental pero, al mismo tiempo, son el terreno ideal –o mejor dicho, obligatorio– sobre el que individualizar las soluciones para luego aplicarlas a escala global.

Son soluciones que muchas ciudades del mundo –como Bogotá, Glasgow, Génova y Milán, que son los casos de estudio del artículo de nuestro Grupo– ya están intentando poner en acción a partir del modelo de ciudad circular que, como los principios de la economía circular sobre los que se basa (materiales y energía sostenibles, nuevos modos de uso, reutilización de los residuos, reciclaje de los recursos, mayor eficacia energética, extensión de la vida útil de los productos, colaboración dentro del ecosistema en el sentido más amplio), es crucial para limitar el impacto urbano en el equilibrio del planeta. También favoreciendo la electrificación y la descarbonización, imprescindibles para limitar el aumento de la temperatura media de la Tierra.

Además, una ciudad circular no solo frena el calentamiento global, sino que tiene el objetivo de garantizar a sus habitantes una mejora notable de la calidad de vida, gracias a un aire más respirable, menos contaminación acústica y lumínica, espacios públicos donde se pueda vivir más, servicios más eficientes y accesibles –sobre todo para los más débiles como los niños y los más ancianos– y, en general, también una resiliencia mayor de cara a eventos potencialmente desastrosos como los fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más frecuentes, o como una pandemia. “Justo durante la pandemia”, ha dicho Crisostomo, “muchas ciudades han demostrado que son capaces de responder a la desintegración social con la creación de redes de comunicación, de solidaridad, de ayuda. Todas estas redes fueron alimentadas por electricidad, la savia vital que ha garantizado la sociabilización en época de distanciamiento social, y desde la digitalización”.

“Hoy”, continúa el presidente, “existen las tecnologías para descarbonizar, para digitalizar las redes eléctricas, para ampliar los usos de las fuentes renovables, para obtener una eficiencia energética cada vez más grande, para reciclar los residuos de forma inteligente, para disminuir los desperdicios. En otras palabras, ya tenemos todas las herramientas para aplicar de inmediato los principios de circularidad en las ciudades”. El problema, según Crisostomo, es “el factor cultural y los gobiernos: por un lado, los ciudadanos deberían entender mejor que la transición se basa en un comportamiento individual correcto; por otro lado, se deberían simplificar los procesos burocráticos que limitan la capacidad de los gobiernos públicos para poner en marcha muchos procesos. Por esto, deberíamos empezar a repensar y a planificar las ciudades en una óptica de largo plazo, que vaya más allá del horizonte temporal que dura un gobierno”.

Crisostomo ha usado el ejemplo del Circular City Index que acaba de publicar Enel X: “Un instrumento analítico que hemos puesto a disposición gratuitamente para todos los municipios italianos y con el que, hoy en día, podemos controlar los principales parámetros de circularidad de una ciudad: desde cómo y cuánto se reciclan los residuos hasta el impacto medioambiental de la movilidad, y desde la tasa de digitalización hasta la eficiencia energética. Gracias a esta herramienta, los gobiernos pueden intervenir de forma específica y con gran eficiencia allí donde los parámetros todavía estén lejos de los ideales”.

Este es, en resumen, el mensaje del encuentro de Milán, en el que todos los participantes han estado de acuerdo: es imprescindible invertir desde ahora en las ciudades de mañana, con participación conjunta pública-privada que prevea la participación cuanto más amplia posible del sector privado, del público, de las asociaciones (medioambientales y no), de sectores de la universidad y de la investigación tecnológica pero, sobre todo, de los mismos ciudadanos. Porque “son las casas las que hacen un pueblo”, como escribió Jean-Jacques Rousseau, “pero son las personas quienes hacen la ciudad”.

 

Descarga aquí la cuarta edición del informe de posición “Ciudades circulares - Impactos en la descarbonización y más allá”.