Resiliencia ecológica: cómo los ecosistemas se adaptan a los cambios

Resiliencia ecológica: cómo los ecosistemas se adaptan a los cambios

La capacidad de un sistema natural para absorber los efectos de los cambios, para reorganizarse y para adaptarse al nuevo contexto es esencial, sobre todo para defender la biodiversidad y afrontar la crisis climática. Por eso, estamos comprometidos con numerosos proyectos que apoyan la resiliencia ecológica.

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Lo único que siempre estará ahí es el cambio: todo cambia constantemente, en las sociedades humanas y en los hábitats naturales, aunque no nos demos cuenta a primera vista. Cabe añadir que los cambios también cambian: a veces son lentos y graduales, mientras que otras veces son bruscos y perturbadores. Aquí es donde entra en juego el concepto de resiliencia ecológica.

 

Resiliencia ecológica: de qué estamos hablando

Las definiciones de resiliencia ecológica no son unívocas, pero todas ellas, salvo distintas variaciones en las formulaciones, coinciden en un concepto básico: consiste en la capacidad de un sistema natural para absorber los efectos del cambio, reorganizarse y adaptarse al nuevo contexto manteniendo esencialmente la misma configuración y funciones que antes.

 

En resumen, es la capacidad de reaccionar a los cambios sin modificar su configuración estructural o con algunas modificaciones no sustanciales.

 

También existen diferentes criterios para medirla: uno de ellos, es el alcance de las perturbaciones externas que el sistema es capaz de manejar; otro, es el tiempo que necesita para volver a su condición de equilibrio.


Origen e historia del concepto

El término «resiliencia» ya se usaba en el siglo XIX en el campo de la ciencia de los materiales, y en la segunda mitad del siglo XX el concepto se extendió gradualmente a otros campos, en especial a la psicología. El primero en hablar de resilicenia ecológica fue el ecólogo canadiense Crawford Stanley Holling en el artículo «Resilience and Stability of Ecological Systems» (Resiliencia y estabilidad de los sistemas ecológicos), publicado en 1973 en la revista Annual Review of Ecology and Systematics.

Hoy en día, la resiliencia ecológica es un campo de investigación ampliamente estudiado, entre otras cosas por la actualidad y la magnitud de los problemas medioambientales, de los que hasta hace unas décadas se tenía una percepción bastante vaga.

En este sentido, nacieron organismos e institutos especializados, como la Resilience Alliance, fundada en 1999, y el Stockholm Resilience Institute fundado en 2007. También hay revistas dedicadas a esta vertiente de estudio, como la Ecology and Society.

A menudo, en estos contextos hablamos de forma más general de resiliencia socioecológica, para hacer hincapié sobre las responsabilidades humanas en las profundas transformaciones que se están produciendo en el medioambiente, pero también, a la inversa, en los efectos que pueden tener sobre las personas y las comunidades.

Incluso cuando se usa el término más sencillo de «resiliencia ecológica», es porque se sobreentiende por brevedad el aspecto social y humano en general.

 

Diferencia entre resiliencia y resistencia

Es importante distinguir la resiliencia de otra noción con la que a veces se confunde: la resistencia.
De forma intuitiva, se puede dar una idea de los dos conceptos asociando la resistencia a la rigidez y la resiliencia a la flexibilidad.

Etimológicamente, la palabra «resiliente» viene del latín resiliens, participio presente de resilire, es decir, «rebotar».
Desde el punto de vista psicológico, es resistente una persona que, a pesar de la adversidad, consigue mantenerse firme en sus ideas, comportamientos y hábitos.
La persona resiliente es la que sabe cuestionarse a sí misma.
La resistencia es la tendencia a no doblarse, a costa de romperse, mientras que la resiliencia es la característica opuesta. Mientras que antaño el valor más admirado era la integridad obstinada e inquebrantable, hoy apreciamos cada vez más la cualidad más suave y elástica (y en algunos casos más eficaz) de saber adaptarse a las adversidades, de doblarse en lugar de romperse.

En el ámbito de la ecología, un ejemplo es la reacción ante un incendio: un ecosistema resistente sufrirá pocos daños por un incendio no devastador, mientras que uno resiliente quizá sufra daños más importantes, pero podrá volver a su estado inicial aunque el incendio sea de grandes dimensiones.

 

Equilibrio y adaptación: cuando un ecosistema está en equilibrio 

El concepto de resiliencia está relacionado con el de equilibrio. Un ecosistema resiliente se encuentra en una condición de equilibrio. Al igual que una pelota en el fondo de un agujero, si se la mueve, vuelve a su posición inicial en poco tiempo, el ecosistema resiliente es capaz de restablecer su estado de equilibrio tras un acontecimiento que ha producido una alteración.

Por supuesto, en el caso de los sistemas complejos, equilibrio no es sinónimo de inmovilidad. En cada ecosistema todo está en constante movimiento. Los individuos (animales, plantas y microorganismos) nacen y crecen, y tal vez se desplazan, mientras que otros mueren, pero la estructura permanece inalterada y se mantiene la biodiversidad: esto es lo que se entiende por equilibrio.

La manera en que un ecosistema restablece una condición de equilibrio tras una perturbación, es la adaptación.
Además, la adaptación ambiental es uno de los motores de la evolución: desde que existe la vida en la Tierra, las especies se adaptan a los cambios. Así, los ecosistemas han evolucionado a lo largo de periodos muy prolongados y, en general, han desarrollado una gran capacidad de recuperación, precisamente porque siempre han tenido que hacer frente al cambio.

 

Características de los ecosistemas resilientes

Algunas propiedades de los ecosistemas los hacen especialmente resilientes.

En primer lugar, la biodiversidad: si, por ejemplo, un lago alberga muchas especies de peces, incluso la posible extinción de una de ellas no pondrá en peligro toda la vida del ecosistema.
Del mismo modo, si un bosque contiene muchas especies de árboles con distintas capacidades para soportar la escasez de agua, el bosque podrá sobrevivir a periodos prolongados de sequía.

Relacionada con la biodiversidad está la redundancia funcional.
Por ejemplo, la polinización de las flores la practican muchas especies de insectos, pero también pájaros y otros animales. En caso de que una de estas especies desaparezca, las demás continuarán desempeñando su papel.

Un ejemplo de ecosistema de alta resiliencia es el bosque y matorral mediterráneo. Dadas las condiciones ambientales y climáticas, siempre ha estado sujeto a tormentas, incendios y deslizamientos de tierra. Con el tiempo, ha desarrollado una notable capacidad para recolonizar hábitats dañados, en parte gracias a su rica biodiversidad y a su diversidad funcional.

 

La importancia de la resiliencia ecológica para la sostenibilidad ambiental

A su vez, la resiliencia ecológica es una garantía para la biodiversidad. De hecho, un ecosistema resiliente ofrece muchas más posibilidades de introducir o reintroducir especies animales, vegetales o microbianas.

En términos más generales, la resiliencia de los ecosistemas es una protección para el medioambiente y, por lo tanto, una protección para la sostenibilidad.
Por consiguiente, también contribuye a la estabilidad y a la seguridad de las comunidades humanas: una razón más para reafirmar el concepto de resiliencia socioecológica.

Por ejemplo, para su economía, las comunidades pesqueras dependen básicamente de la salud del ecosistema marino, mientras que los apicultores necesitan un ecosistema en equilibrio para el bienestar de insectos y plantas: a cambio, las abejas desempeñan un papel clave en la agricultura.

Más allá de los aspectos económicos, la salud de los ecosistemas influye en la propia seguridad de las poblaciones humanas. Los bosques, por ejemplo, protegen las laderas de las montañas de corrimientos de tierra que podrían causar graves daños a los pueblos de los valles.

Además de la seguridad, la salud humana depende en gran medida de la salud de los ecosistemas. Por ejemplo, un ecosistema resiliente al cambio climático reduce el riesgo de que algunas enfermedades (como la malaria) amplíen su área de endemia.
Por otra parte, en un ecosistema en equilibrio es más baja la probabilidad de que se desarrollen las zoonosis, es decir, que los patógenos pasen de las especies animales al ser humano.

Por todas estas razones, la resiliencia ecológica está estrechamente vinculada a la sostenibilidad ambiental y social y, por consiguiente, a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas: un enfoque respaldado por la propia ONU también sobre la base de un estudio del Centro de Resiliencia de Estocolmo y el Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU, por sus siglas en inglés).

 

Aumentar la resiliencia ecológica y proteger el medioambiente

Hoy en día, el medioambiente está sujeto a nuevas amenazas de origen humano, como la deforestación, la pesca intensiva y, sobre todo, la crisis climática.
Por ello, es crucial proteger y aumentar la resiliencia socioecológica de los ecosistemas, especialmente de los más amenazados: aunque la humanidad ha adquirido un enorme poder destructivo, también tiene un potencial único de reconstrucción.

 

Iniciativas y proyectos

Las intervenciones se dirigen en varias direcciones:

  • restaurar los ecosistemas dañados,
  • adoptar prácticas agrícolas sostenibles,
  • por supuesto, pasarse a tecnologías de bajo impacto ambiental como las fuentes renovables o el transporte eléctrico.

Numerosas iniciativas se llevan a cabo en favor de la biodiversidad y la salud de los ecosistemas a nivel gubernamental, pero también por parte de grandes empresas sensibles al tema. Ya en 2015, el Grupo Enel adoptó una política para la biodiversidad que, además, implica un apoyo a la resiliencia ecológica.

Los 183 proyectos que hemos puesto en marcha en cuatro continentes incluyen la conservación de ecosistemas, la reintroducción de especies relevantes en entornos terrestres y marinos, la rehabilitación de hábitats naturales y la restauración ecológica de ecosistemas estratégicos o degradados.

Se presta especial atención a las obras de reforestación, especialmente en algunos países de América Latina (entre ellos, Brasil, Chile y Colombia). Una de las más significativas se refiere al bosque seco tropical de Colombia, un ecosistema más raro que la selva tropical.

En otros países se han organizado proyectos en favor de la apicultura (Italia, España, Grecia y Estados Unidos), para la protección de la avifauna (Italia, España y Rumanía) y de la fauna marina (Italia y Colombia).

Estos ejemplos, junto con todos los demás, cubren áreas muy diferentes, pero están unidos por un enfoque único llamado basado en la naturaleza: un modelo en el que la naturaleza es la estrella que guía todas las acciones previstas. Pero también, es un modelo inspirado en soluciones de resiliencia que han demostrado su eficacia porque la propia naturaleza las desarrolló a lo largo de millones de años.